Sur o no Sur

Mi Madrid es un Madrid en blanco y negro. Pienso en Madrid y me imagino una secuencia acelerada en la que aparecen grupos de personas que vienen del campo a la ciudad con la única pretensión de remangarse la camisa y seguir trabajando. Veo inmigrantes que pasan a través de las puertas siempre abiertas de Madrid y nos dejan su historia y nos dejan su idioma y nos dejan su cultura (que nos apresuramos a mezclar [abrazar] con la nuestra) y nos dejan sus años de vida y su trabajo y el fruto de ambas cosas. Veo un Madrid de gente que no era de Madrid y que construyó Madrid porque entendió que Madrid era el cruce de todos los caminos, el lugar al que llegar y en el que quedarse porque en Madrid no se preguntaba, en Madrid se acogía y se tiraba para delante.

He pensado largamente en el pueblo de Madrid alzado contra los franceses y años más tarde alzándose en las urnas contra la Monarquía y después escondiéndose de las bombas de Franco en las estaciones de Metro y buscando resquicios de luz en los siguientes cuarenta años de oscuridad y mirando para otro lado en la farsa de todas las farsas, la que tuvo lugar a partir de 1975, mientras los cadáveres de las cunetas gritaban «estamos aquí» y nadie los oía o no los entendía porque tenían la boca llena de tierra.

Madrid siempre ha hablado desde las congregaciones y los ayuntamientos de gente humilde. A Madrid se le ve la cara si miramos el Rastro y la cuesta de Moyano y los arrabales donde acampan los gitanos y la batalla de requiebros del género chico y la quincallería itinerante y las lavanderas del Manzanares. Madrid es habitada por el que hunde los pies en el barro de Madrid y nunca, lógicamente, por el que habita en el barro, mucho más sucio, de su propio dinero.

Me acuerdo de Quevedo (que miraba los muros de la patria mía) y de Ramón de la Cruz y de Benito Pérez Galdós y de Ramón Gómez de la Serna y de Francisco Umbral y de todos los que hablaron y se partieron la cara por Madrid y me pregunto si se estarán abriendo el vientre y retorciéndose las tripas con las manos ante la rabia de ver cómo el escritor de hoy solo escribe para el premio, para la caseta, para la mesa redonda, para el micrófono y para todas y cada una de las tareas que nada tienen que ver con la responsabilidad de escribir cuando te ha tocado ser artista o intelectual en una época en que o dices algo que duela o mejor te callas.

Están golpeando Madrid. Están arrumbando Madrid en guetos. La Historia ya tiene muchas páginas como para que no sepamos lo que está pasando: Los poderosos nunca coinciden con los mejores, nada demuestra más la incompetencia de un gobernante que echarle sus culpas a los demás y nada demuestra más la avilantez de un gobernante que echar sus culpas a los que no tienen medios para defenderse.

Unos guetos se unirán con otros guetos. Unas fronteras se fundirán con otras fronteras. Al final quedará una sola línea que reflejará la verdadera realidad de la capital: el sur, donde se pone a secar la ropa de mañana y el norte, donde se cuelga la bandera rojigualda, en un vano intento por convencernos de que tienen otra patria que no sean sus privilegios.

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