De Madrid al suelo

Un novelista español, el último y más rotundo de nuestros premios Nobel, contaba, en las páginas de sus memorias, que los periodistas a veces lo describían como un genio y a veces lo describían como un deficiente mental. Ha aflorado este recuerdo de mis lecturas de adolescencia mientras asistía estupefacto a lo que pensé que nunca iría a presenciar: la acusación y la marginación definitivas de los distritos y los barrios y las personas pobres de Madrid.

Leo en las redes sociales y oigo a la puerta de los bares unas largas ristras de chistes que intentan hacer sangre de la indefensión y el vencimiento de la presidenta de la CAM cuando puso su cara y su gesto de derrota al frente de un comunicado que, bajo una falsa apariencia de claudicación y de desamparo, venía a anunciar, incluso con la aquiescencia de un Gobierno de signo contrario, la consecución de uno de los grandes objetivos de su ideología: instaurar la conciencia colectiva de que la infección viene del lado del pobre y de que por tanto hay que aislarlo y encerrarlo e impedir que se junte con los que no son como ellos, con los de los pisos de 300 metros cuadrados, los de los náuticos, los del pelo ni corto ni largo, los de las caceroladas con palos de golf, es decir, los que no son Madrid, sino el espejo cóncavo/convexo de Madrid.

A los pobres nos dejarán salir en manada a trabajar (no importa que nos hacinemos en el Metro: al fin y al cabo somos infecciosos estrujándonos contra infecciosos) porque alguien les tiene que limpiar la casa, cuidar a la abuela, lavar el coche, servir el café, cobrar en la caja, abrir la puerta de la urbanización o cortarles un poco el flequillo. Pero después debemos regresar inmediatamente a nuestras casas en miniatura, a nuestros barrios sin higiene, a nuestros distritos de alta incidencia cóvid, de donde tenemos prohibido salir para no trasladar nuestra ponzoña a ese gran Madrid que ya, desde ahora y hasta que la vacuna o la quema de autobuses lo diga, no es para nosotros, sino para los de la gaviota, esos que creen que sí, pero que (repito) no son Madrid, porque Madrid siempre ha sido hospitalario, generoso, multirracial, obrerísimo y republicano.

Basta extender el miedo para vencer sin (aparentemente) derramamiento de sangre. Hoy, oficialmente, el virus es de los pobres y ya podemos anticipar la continuación de esta película, más de terror que de ciencia-ficción: Estos catorce días de infamia no serán suficiente y caerán más días y caerán más municipios del sur, uno detrás de otro, hasta que ya no quede ninguno, mientras las cifras de contagios, palpitando en las pantallas, justificarán y alentarán la segregación. Madrid se dividirá en Norte y Sur y los madrileños nos dividiremos en pertenecientes al Norte o pertenecientes al Sur y quizá a estos últimos nos cosan una estrella a la solapa y nos hagan caminar por encima de una línea siempre que no nos quede más remedio que visitar, por imperativos motivos de trabajo, ese Madrid del Norte del que el propio Madrid se avergüenza.

Volverán de un Madrid libre de desarrapados y saldrán al balcón y levantarán los ojos beatíficamente y darán gracias al cielo por haber mandado el cóvid, ese latigazo iracundo de Dios Nuestro Señor que por fin ha puesto las cosas (léase los pobres) en su sitio.

Madrid atardecerá más rojo que de costumbre al tiempo que contempla cómo se cierne, sobre él, la noche de todas las noches.

(Y a ti, que madrugas para ir a currar, que almuerzas en la oficina, que llevas la ropa planchada, que pagas el coche y la hipoteca, que te vas a la playa la primera semana de agosto, también te van a encerrar porque también eres pobre. Así que hazte un favor y despierta).

Una urna y el papel correcto.

Nada más.

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