Crítica versus Literatura

  Stanislaw Lem escribió Solaris y eso ya es suficiente para que uno (un escritor) se vaya a la tumba tranquilamente y con la sensación del deber cumplido. Stanislaw Lem consiguió el más difícil todavía/el sueño de cualquier creador de la palabra, es decir, escribir una novela que suponga la obra cumbre de un género literario y (al mismo tiempo) su destrucción.

 Solaris es un planeta que está a millones de años luz del Sistema Solar, pero lo más importante no es eso, sino que (además de ser un planeta) es un organismo vivo e inteligente, formado completamente de agua. El hombre construye una estación espacial en Solaris y dedica todo su esfuerzo/todo su tiempo/todo su dinero en intentar comunicar con él. Pero Solaris es incomprensible/indescifrable. No se inmuta cuando le lanzan decenas de bombas nucleares y (sin embargo) levanta olas montañosas/olas rabiosas/olas asesinas por el mero hecho de que una pluma haya rozado su superficie. A veces Solaris te acaricia los dedos como un perro que lamiera la mano de su amo y esa misma noche la conciencia de Solaris entra en tu pensamiento y te arrastra (dolorosa/irremediablemente) a los páramos de la locura, de donde solo puedes salir a través de la puerta (siempre abierta) de la muerte. 

La solarística es la ciencia que estudia Solaris y Solaris, es decir, el planeta y la novela. Hay millones de millones de páginas escritas (archivadas en varias bibliotecas borgianas) que defienden una teoría y la contraria/que vuelven a dar sombra donde ya parecía que había algo de luz/que desprestigian a todos los investigadores anteriores/que mienten deliberadamente en busca de un mísero gramo de notoriedad. Dice el narrador: «Si el ser humano todavía no ha aprendido a comunicarse entre sí, ¿cómo va a comunicar con una criatura como Solaris?» 

Stanislaw Lem (en una de las piruetas más brillantes de la historia de la literatura) nos explica que no podemos contactar con Solaris porque (sencillamente) es de otro mundo y nuestras estructuras de comunicación (el lenguaje, la conexión de ideas, las representaciones mentales) pertenecen a este. Nuestros sentidos no están preparados/programados para captar la realidad de un planeta que no sea el nuestro/de una forma de vida que no sea la nuestra. Decimos que Solaris está formado de agua pero a lo mejor/lo más seguro es que no sea agua, sino otra cosa que no sabemos ni nombrar ni mirar y que solamente podemos mencionarla si la comparamos torpemente con alguna realidad de nuestro alrededor. Algo parecido a lo que hacía Cristóbal Colón en sus Diarios, donde (intentando describir el Nuevo Mundo) hablaba de perros con cuernos o ratas con plumas. Solaris se dirige al ser humano mediante unos códigos que nosotros no conocemos y (cuando le preguntamos) nos da la misma respuesta que nosotros damos a la cucaracha que recorre el borde de nuestro zapato. 

La pregunta que debemos hacernos (entonces) es la siguiente: ¿Habrán leído Solaris los críticos literarios? Y si lo han leído, ¿no se han dado por aludidos? ¿Se han dado cuenta de que esa novela es también un dedo que sale de las páginas y los señala directamente a ellos?

El escritor/cada escritor debería preguntarse a sí mismo si sería capaz de vivir si le prohibieran escribir y cuál es verdadero origen de su última creación. La actividad literaria es un impulso introspectivo que se mueve desde dentro hasta más adentro todavía. Mienten/no saben de qué hablan los que dicen que escribir implica sacar al exterior algo/no sé qué/lo que sea que los autores llevan dentro. Es al revés. Cada proceso creativo significa/implica una excavación sistemática (dolorosamente a ciegas) en la tierra de uno mismo en un intento desesperado por encontrar las sales minerales de las que se alimentan los árboles del bosque que somos, la mayoría devorados por los hongos o abatidos por los rayos de la última tormenta. 

La relación del escritor con la literatura es la misma que la del loco con su locura. Gritamos por la noche porque vemos que los monstruos se acercan a los pies de nuestra cama, pero (al mismo tiempo) comprendemos que son nuestros monstruos y que si en una mano llevan un látigo, en la otra portan una luz. El loco/el escritor es la voz que oyes cuando juegas a la ouija, la que te dice que hay algo que no conoces en el reverso de lo que ves, la que mueve los objetos que (según las leyes de tu mundo y para el descanso de tu conciencia) deberían quedarse quietos. 

La literatura es el idioma universal del género humano y se entiende como se entiende un llanto/como se entiende una risa/como se entiende un beso/como se entiende la muerte. No existe ningún nivel de lenguaje que sea capaz de penetrar en la creación artística y describirla desde dentro/desde donde nace. La crítica literaria es el esfuerzo más banal de todos los que es capaz (llevado por su egocentrismo) de emprender el hombre. 

Se habla del endiosamiento del artista, pero no existe mayor egocéntrico/mayor exhibicionista/mayor masturbador que el crítico literario, que cree que puede atrapar lo que nace de la bruma/que puede juzgar lo que está exento de leyes/que puede valorar al hombre que (en el momento de escribir la primera letra) ya subió al pico más alto de la cordillera del valor. 

Las reseñas literarias manejan el tractor lingüístico del me gusta/no me gusta, del recomiendo/no recomiendo, del lo leí de una sentada/lo tuve que dejar a la mitad, del me identifiqué con el protagonista/no me identifiqué con el protagonista, del puto amo/el maestro del género, del conocí al autor tomándome unas cervezas/por qué no conocía todavía al autor, mientras la novela, sentada en el banquillo de los acusados, se pregunta si lo que cubre el cuerpo de su juez es una toga o simplemente una manta de pelo sintético. 

Si la novela se asomara a su propia reseña vería con estupor que le han otorgado un valor numérico que puede ser 9/10, 7/10, 6/10, sin saber nunca qué es cero y qué es diez ni si es mejor que sea cero o que sea diez porque a lo mejor un cero es Joyce y un diez es Coelho, o un cero es un premio Planeta como Camilo José Cela o Dolores Redondo y un diez es un premio Planeta como Dolores Redondo o Camilo José Cela, o un cero es que te mereces que te tiren a la basura por cerdo y depravado (como me pasó con Te quiero porque me das de comer) y un diez es que te den un premio en la Semana Negra de Gijón por la calidad de tu prosa (como me pasó con Te quiero porque me das de comer) y si eso es así, yo me pregunto: ¿qué cojones es un cinco? 

Los críticos literarios tienen que haber leído la novela Solaris y tienen que odiar el planeta Solaris porque les está demostrando que no se puede hablar de una creación que no has visto nacer ni sabes por qué ha nacido/que no hay escaleras que lleguen al cielo/que una cosa puede ser la cosa misma y su contraria y al mismo tiempo algo que no es ni una cosa ni otra. El hombre empieza a ser escritor cuando rompe la silla contra la pared/cuando le sobreviene el llanto delante de un párrafo/cuando se viste de luto por la muerte de uno de sus personajes. Por eso el crítico literario no tiene que haber leído, sino que tiene que saberse de memoria Cartas a un joven poeta, de Rainier Maria Rilke para entender de una vez por todas que una novela es buena si nace de la necesidad y que su valoración se encuentra en la forma en la que se originó. 

El verdadero escritor hace caso omiso de toda esta sinfonía de instrumentos desafinados porque sabe que la manera más fácil de entorpecer su propia evolución es mirar al exterior y esperar de los demás las respuestas a unas preguntas que tan solo puede responder nuestro sufrimiento más profundo en el momento de máxima soledad. El verdadero escritor lee de reojo lo que han escrito acerca de su novela porque sabe que los términos de la crítica son los menos indicados para inmiscuirse en el trabajo artístico porque (a diferencia de lo que nos quieren hacer creer) no todas las cosas pueden decirse y de hecho la literatura es eso, la nave que desciende a las simas del hombre, donde jamás ha llegado palabra alguna. 

La literatura pregunta y pregunta hasta que quedan extenuadas todas las palabras y entonces comienza a preguntar con mayor intensidad. Suena en el reloj la hora de la angustia y entonces todos los escritores del mundo se sientan a escribir y saben que lo que tienen que hacer, tienen que hacerlo solos. La literatura es la expresión máxima de la libertad/de la responsabilidad del hombre, de manera que el afán de la crítica es inane de la misma manera que es inane el esfuerzo de una jaula por salir volando detrás de un pájaro. No hay diferencia entre el escritor y lo que escribe. Cuando un libro toca a un hombre, todo el hombre se convierte en libro y quizás (mediante el ensalmo de la lectura) el libro también acabe encarnándose en hombre. La crítica literaria debería enfundar la pluma o al menos cambiar el color de su cartucho, ya que no hay lógica que resista/que no se derrumbe ante el maravilloso delirio de un hombre que sabe escribir.

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