Por qué Gloria Fuertes

Gloria Fuertes pertenece a ese grupo de artistas, no ya en vías de extinción, sino a punto de desaparecer, que dicen lo que piensan y que después de decir lo que piensan, defienden lo que han dicho y por último y como consecuencia de lo anterior, reivindican lo que son.

Y afrontan las consecuencias.

Claro.

Gloria Fuertes decía que ella no habría sido poeta si la guerra civil no hubiera llegado a estallar. Es una forma de explicar (a los que saben/a lo que quieren/a los que están dispuestos a entender) que su poesía hablará del horror, de la injusticia, del dolor, de la soledad, de la muerte, de todos aquellos temas de los que habla, en España o en cualquier otro país del mundo, una literatura crítica de posguerra.

Falta el componente social.

Ahora voy.

Los autores de la primera generación de posguerra pasaron de la angustia existencial a un supuesto compromiso social. Hablaban de denunciar y de dar testimonio. Gritaban a los cuatro vientos que habían dejado el Yo poético (el existencialismo que se mira el ombligo) y habían abrazado el Nosotros social (el poeta como portavoz del dolor del pueblo, del que forma parte y con el que se identifica). Decían: «Un día comprendí / y rompí todos mis versos» o «Doy todos mis versos por un hombre en paz» o «Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales / que lavándose las manos, se desentienden y evaden» o «Escribo / hablando» o «Me queda la palabra» o «Pido la paz y la palabra». Estaban convencidos de que la poesía era un arma cargada de futuro y de que tenía una utilidad práctica, es decir, que podía volcar la realidad y construir una sociedad más justa y sobre todo, en paz. A Gloria Fuertes todo esto le parecía muy bien, pero no debía de entender que, al tiempo que se daban estos golpes de pecho, anduvieran contando las sílabas de los sonetos, la resonancia de la rima y el impacto del encabalgamiento.

¿Y los acentos del verso libre?

Tampoco.

¿Y la metapoesía social, esa masturbación a dos manos en la que el autor habla de su poesía para decir lo que va a hacer con ella?

Tampoco.

Gloria Fuertes, sencillamente, decía que el poeta, en lugar de contar las sílabas, debía contar lo que pasa en el mundo. Gloria Fuertes, en lugar de regodearse en el objeto artístico, en lugar de dejarse atrapar en el pegamento del recurso literario (que da como resultado [siempre] una poesía hermética y de digestión pesada), como hacían algunos compañeros de generación («Para el hombre hambreante y sepultado / en sed, salobre son de sombra fría», donde se preocupa más de la aliteración, del encabalgamiento y del hallazgo expresivo, que de la persona como núcleo del problema social), prefería nombrar los males que hacían daño al ser humano de la posguerra, utilizando las palabras más sencillas, la expresión poética más comprensible, sin olvidar (nunca, nunca, nunca) que el camino literario hacia la sencillez es el camino más largo, más arduo y que requiere más talento.

Y más paciencia.

Sí.

Y es aquí cuando Gloria Fuertes rechaza (nunca se le había pasado por la cabeza) pasar de puntillas sobre la gangrena de la España de posguerra ni mucho menos (¿qué despreciable tipo de artista sería?) abordar el tema de manera general (de nuevo, los autores de su generación diciendo «Para el mundo inundado / de sangre, engangrenado a sangre fría», donde la perspectiva distante, generalizadora, permite al poeta (¡social!) lavarse las manos), decide hablar en sus versos de feminismo, de homosexualidad, de transexualidad, de prostitutas, de obreros, de mendigos, de la destrucción de los niños, de Franco, llamándolo a todo por su nombre, huyendo de los velos confundidores de la retórica poética.

Para eso hace falta ser valiente.

No. Para eso hace falta ser poeta.

El resultado, por supuesto, fue la marginación y el desprestigio. Las mentes renqueantes que no entendían sus versos, pensaban que los escribía una niña (que eso lo hacía cualquiera) y los que sí entendían sus versos, preferían no explicárselos a los demás. Que cayera el silencio sobre los versos de la gran poeta. Que la gran poeta, inerme ante la triple entente de la envida, del miedo y de la mediocridad, acabara siendo una risible y no más que entrañable poeta de niños. Pero la literatura (la calidad literaria) es una de las pocas armas para las que el tiempo no conoce ningún escudo, de manera que Gloria Fuertes puede estar ahora masticando tierra, pero su poesía (por esa cosa tan rara que a veces sucede y que se llama justicia) está subiendo a las alturas de las que nunca debió bajar y desde ahí arriba dará sombra a los nuevos poetas y oscurecerá (hasta convertirlos en un agujero negro) a los rancios autores que saben que tendrían que vivir mil vidas para escribir una frase que tuviera la misma calidad que el peor verso de Gloria Fuertes.

Háblame de su poesía.

Voy.

El problema de Gloria Fuertes está en algunos lectores. Está bien que se abran talleres de escritura creativa para los que quieren aprender a escribir, pero mucho mejor estaría que se abrieran talleres de lectura creativa para todos aquellos que quieran aprender a leer literatura, porque la literatura (mucho menos la poesía) no es fácil de leer y además, a los poetas, no se les mide en versos, ni siquiera en poemas (igual que a lo narradores no se nos mide en párrafos o en capítulos), sino en libros, porque cada poema, cada verso, cada palabra, está al servicio de un todo, de una visión del mundo que quieren compartir.

¿Y qué quiere compartir Gloria Fuertes?

Llama la atención cómo, desde el principio de su producción poética, Gloria Fuertes se compara/se identifica con la tierra, con la Naturaleza. Esto no es ninguna novedad en la poesía. Ya lo hacía Pablo Neruda. La diferencia está en que la mujer, para Neruda, era lo mismo que la tierra porque el hombre planta en ella su semilla y ella le entrega el fruto («Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y te hace saltar el hijo del fondo de la tierra»), llegando al extremo de asegurar que la mujer existe para el hombre («pero estás tú / estás para dármelo todo / y a darme lo que tienes a la tierra viniste»). Gloria Fuertes se define a sí misma como una isla ignorada (no ignorante, de hecho, los ignorantes son los que hacen de ella una isla ignorada), de donde se desprenden los temas de la soledad y de la marginación («en el centro de un mar que no me entiende / rodeada de nada»), pero sabe (ensayando una pirueta que la aleja de la tristeza y la autocompasión) que las islas ignoradas son, precisamente, las más misteriosas, las que tienen aves y fieras que miran dulcemente y flores venenosas y arroyos que suenan como si fueran poetas y volcanes dormidos y «quizás haya un tesoro muy dentro de mi entraña». Gloria Fuertes, como mujer, como artista, como homosexual, como feminista, como pacifista, como antifranquista declarada, siente/sabe que está siendo apartada más allá de la última cuneta, pero su identificación con la tierra no es casualidad y resiste porque no le queda otra solución y sabe que incluso en las condiciones más adversas, conseguirá florecer. Dice «Me dislocan la cabeza para que mire atrás / y yo quiero mirar hacia delante» y luego «No puedo detenerme / perdonad, tengo prisa /  soy un río de fuerza, si me detengo / moriré ahogada en mi propio remanso». Y cuando dijo aquel verso famoso «Pensé en tirarme al metro / y acabé tirándome a la taquillera» no pretende hacer un chiste a partir de la polisemia del verbo tirarse, sino mirar a los ojos de la sociedad y decirle que ha decidido superar la depresión a partir de perseverar en el mismo comportamiento que la sociedad le censura, en este caso, la homosexualidad. Eso se llama valentía, eso se llama libertad y eso se llama reivindicación de uno mismo.

¿Algo más sobre la tierra?

Sí.

«El corazón de la Tierra / tiene hombres que le desgarran», «Cuando entierran en ella / niños con metralla / le dan arcadas». Nos damos cuenta de que el aparato retórico de Gloria Fuertes no está en el malabarismo semántico ni en la metáfora exquisita. La tierra es ella, la poeta. Tiene corazón, igual que la tierra. Ambas son buenas («Lo primero, la bondad. Después, el talento. Lo demás es cuento») y el comportamiento del ser humano, por detestable (no olvidemos la guerra y la posguerra)  le rompe el corazón. A los niños asesinados en la guerra se los entierra. Y enterrarlos es meterlos dentro de la tierra. Obligar a la tierra a que se los coma. Y eso, a la tierra, le da arcadas porque le da asco lo que está pasando, lo que el ser humano está siendo capaz de hacer. Vemos que las imágenes son potentísimas y debemos darnos cuenta de que el poema resulta efectivo porque el lenguaje es directo (no fácil) y no se mira a sí mismo.

Uno de los primeros errores del poeta.

Eso es.

La poesía, para Gloria Fuertes, es hablar claro. Y hablar claro, en la posguerra, es saltar en manos de la censura y dejar que te despedace. Gloria Fuertes dice «El crimen a sangre fría / duró tres años / Ese horror lo vivía día a día / en plena juventud / Tuve hambre y frío / muriendo y conviviendo / con el cadáver de mi alegría». ¿Algún adjetivo? ¿Alguna llamada de atención a la brillantez de su poesía? No. Tan solo la verdad. La claridad expresiva. Y para los lectores de poesía, la paradoja de los tres años de un crimen a sangre fría, el robo de la juventud de una mujer, a la que le están quitando lo más valioso que tienen esos años: la alegría. Y la reducción de la vida a lo básico: no morir ni de hambre ni de frío.

¿Se puede hablar más claro?

Sí.

La claridad expresiva y expositiva de la poesía de Gloria Fuertes llega (premeditadamente) a límites que rozan con el sarcasmo. Si no se le entiende a partir de este tipo de poemas, no le queda más remedio que usar el lenguaje de los niños (eso lo entendemos todos, ¿no?) y la perspectiva del cuento tradicional (esos nos lo sabemos todos, ¿verdad?). Y dice, «Un día que tenga tiempo / os contaré la aventura de mi infancia / con el lobo Franco». De nuevo el robo de su infancia. La culpable fue la guerra. Y por encima de ella, el dictador. Y continúa: «Yo era una Caperucita roja en zona roja (…) / Mandó su jauría / y me detuvo en la Gran Vía / Los criados del Lobo / me metieron en prisión / Me mordisquearon a gusto / por poco me muero del susto / En el bosque de cemento / pasé un miedo atroz / Yo era una Caperucita Roja / y Franco un Lobo Feroz». Hay lectores que detectan el tono infantil y les empieza a bailar por la cabeza la palabra banalidad, si la conocen. Otros lectores detectan la palabra jauría (agresividad, violencia, irracionalidad), criados (siervos, esclavos) del Lobo, mordisquear (torturar) a gusto (impunidad), morir (morir) de susto (de miedo atroz, como dice luego), feroz (desliguemos la palabra de la palabra Lobo y detengámonos en su verdadero significado). A lo mejor es que a veces, para entender, hace falta que nos hablen como a niños.

Habla de los niños.

Y termino.

Gloria Fuertes no tiene una cara A y una cara B. La poesía de Gloria Fuertes no se divide en poesía para niños y poesía para adultos. La poesía para niños de Gloria Fuertes es una consecuencia de la poesía social de posguerra. Su generación no dejaba de pregonar que la poesía era un arma cargada de futuro, que la poesía servía para algo y que ellos eran los poetas que pedían la paz. Todos ellos acabaron desengañados. Todos ellos dedicaron sus últimos trabajos a expresar el desengaño de que la poesía, al final, no cambió nada. Gloria Fuertes los miraría y estaría pensando: ¿Y qué habéis hecho vosotros con la poesía para que cambie nada en la sociedad? Ella compartía la idea de que la poesía es un arma cargada de futuro, pero en lugar de pensar en el ser humano adulto, pensó en el niño, porque el futuro está en el niño. La poesía infantil de Gloria Fuertes tiene el objetivo de que el niño quiera leer, de que al niño le guste la lectura, de que miles y miles de niños deseen leer poesía. Ella pensaba que el niño que lee poesía (el niño que lee) será un adulto que piensa, un adulto al que no le engañan, un adulto al que nadie va a manipular, un adulto que ama la paz y que no volverá a llevar a su país a una catástrofe de sangre y de odio. Los de mi generación hemos crecido con la sintonía de Un globo, dos globos, tres globos y de La cometa blanca, dos programas de televisión por donde andaba la inspiradora sombra de Gloria Fuertes. Ha sido la única poeta de posguerra que se ha mantenido firme en sus deberes sociales y que de verdad ha defendido y ha dado voz a los que necesitaban defensa y a los que necesitaban ser oídos. La siguiente generación de posguerra, la de la experiencia, diluye la denuncia social y prefiere hablar de sus vidas, tocando temas como la amistad, los viajes, el amor, los estudios…, dejando la guerra y la posguerra como el marco inevitable en el que se desarrollaban esos temas. Y la siguiente generación de posguerra, la de los Nueve Novísimos, se ocupan del culturalismo y se dejan influir por las vanguardias, dejando claro que todo lo anterior a ellos se la suda.

Por eso, Gloria Fuertes.

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