'Los refugiados', de Cormac McCarthy

Muchos lectores no han conseguido terminar La carretera, de Cormac McCarthy. Es una novela tan humana que da miedo (tan humana que resulta monstruosa). Es el sudor frío de mirarnos al espejo y que el espejo nos escupa la verdad a la cara. El pavor de tocarnos donde nos duele y encontrarnos un bulto que nunca había estado ahí.

Un padre y su hijo caminan sobre un mundo de ceniza humeante. Huyen de un incierto holocausto y no tienen adónde ir. Deambulan por el vértigo de una tierra deshabitada y la principal amenaza (¿paradójicamente?) es encontrarse con alguien.

Cormac McCarthy escribió La carretera y por esa misma carretera caminan los refugiados. Todos empujan su carrito de la compra, cuyas ruedas apenas ruedan sobre un lecho de ceniza. Caminan hacia las fronteras, hacia esa línea que pensaban que era una puerta y resulta que es una zanja. Caminan juntos, los unos pegados a los otros, porque la existencia de uno justifica la de los demás, lo cual no implica que no lleven, para acabar con todo, una pistola y una (solo una) bala.

Los refugiados siguen la huella/el rastro de la civilización. Qué grave error. Los reciben con zancadillas y con uniformes militares. Le piden al invierno que dé cuenta de ellos. Que la nieve los cubra. Porque lo que no se ve a lo mejor no existe.

Efectivamente, ya se ha cubierto el cielo en Centro Europa. Los rayos del sol ya no alcanzan a calentar la tierra. El frío (como dice McCarthy en su novela) amenaza con romper las piedras. Los refugiados acampan y encienden hogueras. Pero no duermen. En la alta madrugada acudimos nosotros, cuyos ojos de plata destellan en lo oscuro. Nosotros también queremos encender hogueras, pero no con leña, sino con carne humana. Queremos que los refugiados, mediante el ensalmo del fuego, se transformen en ceniza y que a esa ceniza se la lleve el viento. Y que nunca haya pasado nada. Queda prohibido recordar que un día acudieron unos hombres a pedirnos ayuda, dirán los gobiernos.

Cormac McCarthy escribió La carretera y quizás esa carretera sea la difusa frontera que separa la vida de la muerte. Cormac McCarthy escribió La carretera y rodeó esa carretera de caníbales. Cormac McCarthy escribió La carretera pero no parece que la haya escrito él, sino los refugiados, los expertos en huidas, en caminos, en fronteras y en hombres que se comen a los hombres.

Los refugiados no son refugiados, sino caminantes. Y cuando dejen de caminar, serán fantasmas, espíritus salvajes que habitarán los bosques invernales y cuyos gritos de desesperación (en las interminables noches de bajo cero) escucharán los niños (aterrados) antes de dormirse.

Y en esas mismas noches (arrimados a la chimenea) los adultos hablarán de ellos como terroristas. Pronunciarán esa palabra una y otra vez, hasta que (a fuerza de escucharla) la mentira adopte cierta apariencia de verdad. Y por fin haya algo que justifique el miedo (el peor de los consejeros) y las vallas que hemos levantado, las vallas que rodean el país, las que suben y suben hasta las estrellas.

Será (entonces) el momento de cerrar La carretera, la novela de Cormac McCarthy, y abrir ese otro libro de J. M. Coetzee, el que narra nuestro futuro y el de los refugiados. Se titula Esperando a los bárbaros.

 

 

 

 

 

 

 

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