A mí (precisamente a mí) no me ha hecho falta trabajar en un instituto para darme cuenta de que el niño que se aparta de los demás no es el niño más débil y que el niño que pasa el tiempo leyendo libros no es el niño que vive más alejado de la realidad. Es, en realidad, todo lo contrario.

   Hay niños que (por el mismo motivo que todo lo redondo rueda cuesta abajo) serán escritores, quieran o no quieran. Son los que abren los ojos y observan el mundo. Es decir, los valientes  que cometen el acto transgresor de mirar y no apartar la mirada, de decir y (además) escribir lo que dicen.

   El escritor (me refiero al verdadero escritor) rodea con un círculo el área del tumor y después, mediante el ensalmo de la literatura, lo extirpa. Al escritor le fue encomendada la misión de levantar la alfombra y destapar la podredumbre. El escritor es el que grita y el que denuncia, el que levanta la bandera de la verdad y el que asume las consecuencias.

   No entiendo cómo se puede escribir desde la neutralidad y desde las manos limpias. Son el dolor y la indignación los que me ponen la mano en el hombro y me sientan a escribir todos los días. Hay, sin embargo, una condición indispensable: la sinceridad: no escribiré una sola frase que no sea susceptible de tatuármela en la piel.


   Soy el último libro que he escrito. Ábrelo y me estarás abriendo en canal. De lo que encuentres, respondo y no respondo.

 

David Llorente.


David Llorente Oller.

Madrid, 1973.

Actualmente vivo en Praga. 


 

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