Sobre las escritoras no nominadas

Tengo una especial debilidad por El lazarillo de Tormes. Sobre todo por ese episodio donde el autor (sea quien sea) nos cuenta el momento en que el ciego le dice a Lázaro que acerque la cabeza al toro de piedra que hay a la salida de Salamanca porque (si lo hace) podrá oír un gran ruido dentro de él. Lázaro obedece a la primera de cambio y entonces el ciego le da un terrible manotazo en la cabeza y está a punto de partírsela contra la piedra. Le dice: «Imbécil. El criado de un ciego tiene que saber un punto más que el diablo». Lo importante de este fragmento es que Lázaro abre los ojos y (de una vez y para siempre) abandona la inocencia en la que (como niño) había estado viviendo. Me imagino a Lázaro (pasados los años) llevándose la mano a la cabeza y tocándose el chichón que nunca se le quitó, el chichón que era el diploma académico de los pobres y los analfabetos, más, el cum laude que le doctoraba en esta jodida disciplina que es vivir. Sonreiría y se preguntaría a sí mismo: ¿Qué esperabas, Lázaro? ¿De verdad esperabas oír un ruido dentro del toro?

He leído que ninguna escritora ha sido nominada a los premios de la Semana Negra de Gijón y la verdad es que me he quedado frío. He leído la indignación de muchas autoras y no me he conmovido en absoluto. Sola(inconsciente)mente he recordado el pasaje del Lazarillo de Tormes y he pronunciado la siguiente frase: ¿Qué esperábamos?

Las semanas negras firman un manifiesto en contra de la violencia de género que es machista (un manifiesto que se lee y se aplaude en cada inauguración) y ahora la Semana Negra de Gijón no nomina a ninguna escritora para ninguno de sus premios. ¿De verdad nos sorprendemos?

Nos han dado bien fuerte contra la piedra del toro de Salamanca y espero que (cuando se nos pase el dolor de cabeza) abramos los ojos y despertemos (como Lázaro) de una vez y para siempre.

El agravio no está en que no haya escritoras nominadas. El agravio está en que nadie ha movido un dedo para detener ese manifiesto en contra de la violencia de género que es (en sí) violencia de género. El agravio está en que no se ha asumido que en el jurado que decide los nominados y los ganadores de los premios literarios debe haber el mismo número de hombres que de mujeres. El agravio es que se hacen concursos literarios y mesas redondas solamente para autoras. El agravio es que aún se piensa que existe una literatura femenina al lado de la gran literatura. El agravio será cuando se zanje el asunto imponiendo tácitamente un cupo de mujeres nominadas en cada uno de los premios. Y el agravio más flagrante (que tiene hasta gracia) lo dejo para el final.

Pero quejarse por las no nominaciones es como si mi padre (que tenía cáncer de pulmón) se hubiera quejado de que la quimioterapia le resecaba la piel. Las no nominaciones es la ínfima punta de un iceberg que ocupa toda la inmensa profundidad social. La gente tiene el machismo/el patriarcado delante de los ojos y no lo sabe reconocer. Es una cuestión de (re)educación. Se trata de arrancar el suelo podrido y poner baldosas nuevas. ¿Las no nominaciones? Qué más da. No podemos echar a correr si todavía no sabemos andar.

Pero a esto (por si fuera poco) se le une otro problema. Es algo de lo que ya he hablado y me prometo a mí mismo que será la última vez que vuelva sobre este tema (las cosas, [aunque se piensen constantemente] basta decirlas una sola vez).

León Felipe escribió un prodigioso poema en prosa que se titula ¿Por qué habla tan alto el español? Nos explica que los españoles, por tres veces en la historia, tuvimos que gritar hasta desgañitarnos. Gritamos ¡Tierra! cuando descubrimos América. Gritamos ¡Justicia! por boca de Don Quijote. Gritamos ¡Que viene el lobo! en 1936. León Felipe concluye que (en esos casos) el español no gritó alto, sino que habló desde la altura exacta del ser humano, y quien piense que gritó, es que escucha desde el fondo de un pozo. El escritor que (como León Felipe) habla alto, el escritor que chilla, el escritor que mete las patas en el fango y se deja la voz denunciando la injusticia, no escribe alto, escribe desde la altura exacta de su profesión.

Pero eso era antes de que al escritor le retiraran del plato la jugosa carne de sus víctimas y comenzaran a alimentarle con pienso para gatos. Al escritor le han puesto un trozo de esparadrapo en la boca y un trofeo literario en la mano y de esa manera tan sencilla lo han desactivado. Nadie (o muy pocos) va a levantar la voz para denunciar manifiestos degradantes o despropósitos machistas en ningún evento literario. Hay miedo de que no les vuelvan a invitar, de que se queden sin su ración de carpa, de que ya no les nominen, de que ya no les den el premio.

El premio. Tenía veinticuatro años cuando me dieron mi primer premio literario. Gané medio millón de pesetas. Eran otros tiempos. Luego cambiaron el dinero de los premios por estatuillas y después cambiaron las estatuillas por palmadas en la espalda. Llegó (entonces) la época rocambolesca en que se confundió el concurso con el premio, de manera que el premio por haber ganado un concurso literario era precisamente haber ganado el concurso literario. «Las ventas se disparan», dice siempre algún iluminado. Y puede que sí. Puede que las ventas (después de haber ganado un premio) se metan la pistola en la boca y aprieten el gatillo. «Te da prestigio», dicen otros. Y resulta penoso tener que explicar (a estas alturas) que es exactamente al revés: los premios literarios no dan prestigio al escritor, sino que el escritor debe recibir el premio gracias a su prestigio literario. La idea es ganar el premio por haber llegado el primero a la meta, no por haber ido el primero en una curva.

Me vienen a la cabeza dos autores: Valle-Inclán y Alfonso Sastre. Si renovaron la escena teatral española y abrieron impensables caminos estéticos fue precisamente porque pensaban que su teatro no iba a ser representado jamás, uno por audaz, otro por crítico con el Régimen. Es decir, escribían en absoluta libertad. La verdad es que no se me ocurre mayor esclavitud ni tortura más cruel que depender de un premio literario, de una reseña, de una entrevista, de una opinión, para reafirmarte en tu voz narrativa.  Os voy a poner un ejemplo: En la página web de la semana negra de Gijón aparece el siguiente párrafo: 

“La aparición de últimas novelas y libros de autoras consagradas internacio­nalmente como Alicia Giménez Bartlett, junto a nuevos pero seguros valores como Carmen Conde, Carmen Moreno, Graziella Moreno Graupera o Susana Hernández es un buen motivo para preguntarnos si la narrativa del mejor género negro pasa por las escritoras.”

Pero luego no nominan a ninguna.

No me digáis que no tiene gracia.

¿De verdad vamos a darles importancia a los premios, a los festivales y a los críticos? 

Escribamos en libertad.

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